Las Ratas Asesinas fue un equipo de fútbol rápido que logró lo impensable para muchos. No un trofeo ni una medalla olímpica, sino algo más.
...corría
el año 1997, vivía este servidor en la ciudad de Santa Ana y estudiaba
bachillerato en uno de los colegios con peor prestigio de la zona, no porque su
nivel de enseñanza fuera malo, ¡teníamos profesores que parecían saberlo todo,
como sacados de alguna película! La mala fama era por la libertad que se nos
permitía a los estudiantes.
Estudiaba
por la mañana y por la tarde. Fue allí donde conocí a mis amigos Herbert y
Edwin (a quien después las compañeras llamarían Pan Bimbo y Palillo) al bueno
de Freddy y otros que iré mencionando. Fueron ellas, nuestras queridas
compañeras, las que se dieron el trabajo de ponernos sobrenombres a todos.
Jennifer
era la que más me gustaba y tenía un cuerpo muy bien formado, no parecía que
tuviera un hijo y que estuviera casada con el Enano, un tipo fuerte y robusto,
a quien recuerdo haberle visto quebrar una tabla de pupitre de un puñetazo...
Deysi, la
novia de Palillo; Ninet, que vivía en Ciudad Arce y viajaba todos los días, le
decíamos Lulú; era bien amable pero a veces lloraba mucho, nunca supe por qué.
Y
Guadalupe, ¡ah la Lupe! Mis ojos se refrescaban cada vez que la veía, era muy
bonita, nada tenía que envidiarle a las modelos de televisión. Decían algunas
lenguas largas que tenía que ver con el profesor de informática, pero yo nunca
les creí. Para mí, era una chica alegre y amigable, quizá eso confundía a los
chambrosos que nunca faltan.
Como decía,
ellas nos rebautizaron, y Dios sabe que tenían manera para ello. A Herbert (Pan
Bimbo), Melki (Chupacabras), Samuel (Chonte Bobo), Óscar Cárcamo (Pepinillo),
Edwin (Cantinflas), a Julio le llamaron (Dinosaurio) y el Bute… ¿Cómo se
llamaba el Bute? Y muchos, muchos más que ahora se me escapan.
Todos ellos
diferentes, pero con algo en común: el fútbol y el baloncesto. Jugábamos todos
los recreos y después de clases, a veces hasta las cinco de la tarde.
Teníamos la
bendición de tener un aro y una cancha para jugar fútbol rápido (sin alfombra,
por supuesto) y fue allí donde todo empezó.
Pero, ¿por
qué nuestro equipo se llamaba Las Ratas Asesinas?
Os
explicaré... Palillo, Cantinflas, Herberto y yo, estudiábamos por las tardes
contabilidad, y en el receso que nos daba Juan José, Queiquito (ni él se libró
de las compañeras), nosotros aprovechábamos para jugar. Siempre Herberto y yo,
contra Cantinflas y Palillo.
Llevábamos
un registro por cada juego que hacíamos. Es cierto, ahora lo acepto, casi
siempre nos ganaban, por más que tomáramos Gatorade que en ese tiempo (esclavos
nosotros de la publicidad) creíamos nos volvía más ágiles y fuertes.
Nada nos
impedía jugar, ni siquiera la lluvia. A veces incluso lo hacíamos bajo el
aguacero y con la cancha convertida en laguna. Llegábamos empapados a
cambiarnos a un aula y nos gozábamos con las caídas que nos dábamos.
Pues bien,
cierto día el profesor que daba la clase a los muchachos del curso industrial,
un karateka colocho y delgado de carácter serio pero tratable; ¿Cómo se
llamaba? se fijó en nosotros y propuso en el consejo de maestros organizar un
torneo de futbolito macho.
¡Y se hizo
la luz!
Cada
sección organizó su equipo muy entusiasmada. Debían ser cinco jugadores y uno
de cambio. Algún ridículo propuso que ningún equipo podría tener nombre en
inglés (nosotros planeábamos llamarnos Slayers, (como los soldados de la
película de Krull) a no ser uno que ya existiera en las grandes competiciones
europeas.
Así surgió
el Borussia del seco. Uno de los más fuertes y que más de una vez nos
complicaría las cosas, el cual estaba compuesto por la sección de bachillerato
industrial.
El Ajax de
los profesores, que era bastante competitivo. El de los ordenanzas comandados
por Dilber y que jugaban con el cuchillo entre los dientes y los tacos por
delante y otros que no recuerdo cómo se llamaban.
Nosotros
tuvimos que contratar dos jugadores más. Melki, que era un rudo volante sin
nada de técnica, dominio de balón o alguna virtud futbolística, pero con mucha
fuerza y puntería al arco y mis hermanos también nos reforzaban de vez en
cuando.
Y fue así
como nos bautizamos LAS RATAS ASESINAS. Nuestro uniforme era blanco todo y a un
lado del pecho le estampamos con pintura de aceite en la casa de Melki una hoja
de cannabis color verde (conste, NO fumábamos de marihuana, -al menos yo-, pero
sentíamos que nos daba cierto aire de chicos malos) y al otro lado una cara de
rata color negro.
Recuerdo
todavía esa tarde cuando fuimos muy emocionados a decorar nuestro glorioso
uniforme en la casa de Melki, cerca del cementerio.
Yo portaba
el número de la mala suerte.
Nadie daba
un cinco por nosotros, éramos el peor de todos los competidores, no obstante
por simpatía al más débil, éramos quizás el equipo más aplaudido y con la barra
más bulliciosa. (Dios bendiga a las compañeras que siempre estuvieron con
nosotros).
Recuerdo
nuestro primer partido en el torneo como si hubiera sido hoy... eran casi las
diez de una mañana de octubre y el sol brillaba con fuerza, el cielo era de un
azul intenso y las barras aplaudían a sus equipos, yo me había puesto mi
inmaculado uniforme que aún olía a pintura de aceite por el estampado... Si
cierro mis ojos creo que aún puedo percibirlo así como aquel ligero cosquilleo
en todo mi cuerpo. Estaba algo nervioso; no obstante tenía la seguridad de que
haríamos un buen papel. Tenía plena confianza en mis compañeros.
Otros
equipos habían jugado antes y ya casi era la hora de nuestro partido... me
amarré los cordones de mis zapatos y estiré un poco los músculos, las
compañeras gritaban como locas ¡RATAS! ¡RATAS! ¡RATAS! ¡RATAS!
Era el
momento para hacer nuestro debut...
Logramos lo
que parecía imposible, clasificamos a la semifinal del torneo, para sorpresa de
todos.
Hicimos un
buen trabajo, fuimos un equipo; cuando atacábamos los cinco estábamos arriba y
cuando uno perdía el balón, los cinco corríamos para la portería a defender.
Ese fue
nuestro secreto, al estilo racano de José Mourinho, los atacantes se
encontraban siempre con una muralla de piernas que inmisericordes se ensañaban
con las espinillas contrarias, un muro que era casi imposible de pasar, y de
repente Melki tomaba la pelota y los liquidaba con su puntería.
Esto no
quiere decir que no teníamos formación (aunque nunca la respetábamos), Palillo
y Cantinflas eran los cerebros que creaban los goles que harían Melki, el
Asapel o Chel. Herberto y yo defendíamos la pequeña portería.
Al final
habíamos quedado cuatro equipos y como el año escolar estaba por finalizar, el
consejo de profesores y los capitanes de los equipos (en el nuestro, Palillo
era la gran rata) acordaron unir los equipos en dos y hacer un solo partido en
una cancha grande y luego sortear el trofeo entre los dos equipos que
resultaran ganadores.
Así fue. Yo
jugué el segundo tiempo. Contribuí grandemente con el triunfo, no con un gol,
pero anulé a su capitán y mejor jugador. ¿Cómo? Con una falta que había visto
cometer a un jugador del Galatasaray de Turquía en la Liga de Campeones, tomé
la pelota y comencé a correr, él me siguió y me derribó y para que el árbitro
no dijera nada se tiró, allí aproveché yo, cuando rodábamos en una nube de
polvo recordé la jugada y aprovechando la confusión lleno de malicia
premeditada y alevosía lo golpeé con el talón en el pecho, esto le hizo
enfurecerse, se levantó y se me fue encima a golpearme.
¡Era el
momento del show! Yo gritaba como si me estuviera matando, para llamar la
atención del árbitro. No me causó gran daño, solo unos puñetazos en las manos
con las que me cubría la cara. El árbitro ya había pitado la falta, y al verle
sobre mí lo expulsó.
Como no me
acuerdo quien anotó, vamos a decir que el gol lo hizo El Seco y ganamos.
Luego
rifaron el trofeo entre el Borussia y Las Ratas Asesinas, y lo ganó Palillo, la
mamá rata.
Como en
esos días Cantinflas había viajado a Estados Unidos y lo extrañábamos mucho,
por decisión unánime acordamos enviárselo por correo.
(¡Lo que
daría hoy por tener ese trofeo en la sala de mi casa!)
Las Ratas
Asesinas unieron los corazones de muchos estudiantes en un solo pensamiento:
compañerismo, amistad y devoción por el deporte. Ese fue nuestro mayor logro.
—Miguelan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario