MONOLOGO.
La tarde
tenía ese rancio olor a cabañuela retrasada.
Aunque
hacía calor, en la costa siempre lo hace; el café se había servido puntual como
era la costumbre. Café hervido, sin la odiosa canela. Puro, como lo beben los
que saben.
— ¡Soy un
mal conversador, lo siento! no se me da eso de platicar, es así… es como soy.
—Bueno me
gusta como escribís, cuando no estás escribiendo, tal vez no seas como Gabo,
pero entretiene leerte en la mañana mientras me desayuno.
—Bueno
(ruborizado) me entretiene escribir, pero me aburre platicar… ¡No, no lo digo
por vos! es que nunca se que decir, se me acaba la cuerda pronto.
— ¿El
repertorio? bueno quizás es que no te relacionas con personas que sean
interesantes para ti, a mi me pasa también.
—Si, me
aburre casi toda la gente.
Se quedó
viendo la mesa un largo rato mientras dibujaba con el dedo emes imaginarias,
que bien podrían ser gaviotas volando en un atardecer.
—A veces
finjo que les escucho y asiento con la cabeza; pero mi mente divaga…
—Creo—le
interrumpí- que aunque no te guste conversar, si te gusta escribir, a fuerza
debes aprender a escuchar, y eso solo pasa cuando platicas con alguien.
— ¿Te
parece?
—un buen
escritor no tiene que ser un buen conversador, bastará con que tenga grandes
orejas y ojos del augurio.
— ¡Ojos del
augurio! como la espada de León-o
Esbozo una
sonrisa imperceptible y me vio de reojo mientras hacía con el dedo círculos en
el borde da la taza de café.
—Las
mejores historias comienzan en la realidad de la vida ajena… la gente siempre
dice más de lo que habla.
Metió la
yema del dedo en el oscuro néctar para comprobar que ya estaba bebible y sorbió
un poco con un leve temblor en los labios temiendo quemarse.
— ¿Por qué
no me cuentas otra vez esa historia? —pregunto el rostro que se dibujaba en el
oscuro espejo de la cerámica.
—Miguelan,
20 enero 2018
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