MI AMIGO CALIXTRO.
Siempre he vivido
como si fuera inmortal, sin prestarle atención al paso de los años, y sin
pensar en la muerte.
Tal vez eso es lo
bueno de no saber el día en que nos toca partir.
Aun así hoy me he
sentido viejo, porque he visto como los niños que conocí antes, ahora ya son
hombres de bigote y casados algunos. He visto como las niñas mugrientas que
corrían y se subían a los árboles son hoy bellas señoritas...
Lo malo de ser
viejo, es que todos lo conocen a uno, pero uno casi no conoce a nadie.
Cavilaba en eso
casi al borde de la depresión, transitando por una avenida muy antigua de
Guadalajara, y por casualidad, a miles de kilómetros de donde suponía se
hallaba mi amigo Carlos Villanueva, me lo encontré justo frente a la plaza
universitaria.
¿Y quién es ese
señor? se preguntaran los más jóvenes de ustedes.
Carlos es mi amigo,
el más despreocupado sujeto que haya conocido alguna vez.
Nada le enoja, nada
le quita el sueño, es capaz de tomarse un café mientras su casa se quema;
compañero de vagancias de mocedad y elocuente predicador.
¡Era el único que
mantenía despierto a los jóvenes con su irreverente forma de exponer la
palabra!
Al final le
quitaron los privilegios; acusado de abandonar el protocolo.
Somos amigos desde
hace más tiempo del que tienen en este mundo muchos de ustedes; pero las
ocupaciones y los giros del destino nos han distanciado, sin embargo algo me
dice que aún nos quedan algunas veredas más que transitar.
De momento nos
bebimos un café.
— ¿y donde vivís
ahora?
—En Hermosa
Provincia.
— ¿Y tu mujer esta
con vos?
—No, ella vive en
El Salvador.
— ¿y no te preocupa
dejarla sola mucho tiempo?
Carlos, iba a decir
algo pero solamente sonrió y sorbió un poco de tiempo de su taza.
¡No señor Carlos o
Calixtro, como le gustaba que le dijeran cuando joven, no ha cambiado en lo más
mínimo, el tiempo se olvidó de él!
—Miguelan.
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