EXCURSION AL TRIFINIO
Los profesores del colegio han planeado una excursión a Montecristo, un bello lugar que sitúa un punto donde convergen las tres fronteras de los hermanos países: Honduras, El Salvador y Guatemala.Siempre he sido renuente a
las excursiones porque la gente no puede ver otra cosa que no sea la playa y a
mi poco me gusta el mar, lo asocio con
ahogados, ballenas blancas, tiburones
(Dios bendiga a Spielberg) e insolación la cual he sufrido en carne propia.
Bueno, pero hoy es
diferente.
Este es un bosque nebuloso
con pinos, cipreses y quetzales (creo que de nacionalidad Guatemalteca porque
En El Salvador solo van quedando Pijuyos y zanates)
Montecristo es un sitio
muy frío y alto ubicado en Metapán.
El viaje costará diecisiete
colones (quizá unos dos o tres dólares) y se unirá Chel, aunque no pertenece a
la institución.
El punto de reunión es el
colegio, la salida será a las siete de la mañana; pero con la emoción ya a las
seis estamos frente al portón con los demás
amigos, todos alegres y comentando lo mucho que nos divertiremos.
Yo llevo atún con
vegetales y una bebida hidratante para merendar cuando el hambre apriete.
Pero como suele suceder en
toda excursión, en cualquier lugar del mundo que esta se efectué, la mano de Baco se inmiscuye en las mentes de
un pequeño grupo o quizá no tan pequeño.
Bueno, no todos llevan
Gatorade para tomar, otros, amantes del Vino, se han armado hasta los dientes
con el codiciado “elisir” (leer con la voz de coco Basile) El cual han puesto en envases de Coca Cola, para
luego en un alarde de químicos de cantina, con un gotero han mezclado la bebida
gaseosa solo para darle color y engañar el ojo pacho de los profesores del
colegio más alcahuete de Santa Ana.
Hay algunos que ya han
comenzado a degustar la caña, como el Cara de Malo (QDDG) y el Chele Caquita.
Por fin llega el bus y
todos con un gran entusiasmo lo abordamos escogiendo los asientos a voluntad,
no es extraño que los beodos se coloquen siempre en la parte posterior del
mismo.
Los profesores pasan revisión de mochilas cuando algunas de
las compañeras delatan a los muchachos que van bebiendo licor; pero no
encuentran nada, ni una sola botella de licor.
El viaje es entretenido,
comentamos lo que haremos cuando lleguemos y miramos por la ventana el paisaje
Yo comparto el asiento con Melki, el más fuerte de los compañeros. Tiene
una cicatriz en la cabeza que va desde la frente hasta la parte de atrás, como
una cremallera, Él dice que tiene una placa de platino y que le duele cuando se
baña o cuando hace mucho frío...
En la parte trasera del
bus han comenzado a cantar:
“Solo el San Martin hace
al estudiante feliz,
¡Solo el San Martin!
—gritamos todos.
Solo el San Martin hace al
estudiante feliz,
Si el Guaro se acaba,
La Vida es nada…
¡Solo El San Martin hace
al Estudiante feliz!…”
¡Es el colmo, han caído ya
en la blasfemia, sus almas irredentas están ya sin esperanza a espera del justo
castigo en el día de la ira. (Leer con música de fondo “Dies Irae” de Mozart.)
¡Y lo peor de todo es que
yo estoy como en medio de ellos ellos!
A estas alturas del viaje el Chele Caquita ha
perdido el conocimiento.
Los profesores comienzan
una nueva revisión, esta vez dirigidos por Malaki… (la música sigue sonando)
Hoy no va a resultar el
camuflaje, es obvio que nadie se emborracha tomando coca cola. Y una por una,
no tardan en ser despachadas por las ventanillas del autobús sendas botellas
adulteradas.
Todos los envases de litro
que han sido alterados y otros que no; es mejor prevenir que lamentar.
El Seco llora y amenaza a
los soplones mientras gesticula impávido.
Claro que eso no les gustó
mucho. Pero al final ellos son los que mandan y nadie quiere problemas con
Malaki el profesor de física (que también es bolo pero no en horas de trabajo)
Sin más problemas,
llegamos a Metapán que será nuestra parada de abastecimiento. Bueno por lo menos
de los que tengan dinero. En el San Martín nos caracterizamos por ser acabados
casi todos y los que algo tienen lo gastan en guaro, o maquinitas.
Allí en Metapán hacemos
una parada de unos quince minutos aproximadamente, nosotros compramos churros y
caminamos por el mercado. La mañana es maravillosa el sol tiene un color
amarillo dorado y el clima está fresco, creo estará más frío arriba.
Habiendo comprado más “Elissir”
(otra vez el Coco…) y Golosinas abordamos el bus para empezar el ascenso.
Al principio no tenemos un
bonito paisaje, sino más bien polvo rojizo y muchas zonas deforestadas, pero
todo va cambiando según ascendemos la majestuosa montaña.
No obstante el bus es
viejo y cada vez va más lento, a vuelta de rueda.
¡Solo Dios sabe cómo ese
vejestorio llegó a la caseta de Montecristo donde nos registramos y pagamos la
respectiva cuota para poder ingresar!
Creo, si la memoria no me
falla costaba, diecisiete colones con cincuenta centavos.
Continuamos el ascenso por
media hora más; pero llega un momento en que el bus no puede continuar, es muy
viejo y va sobrecargado, la pendiente es demasiado inclinada, así que se hace
lo que se acostumbra en mi país, nos bajan a todos los hombres a recorrer lo
que resta del trayecto caminando.
<<quejas y
maldiciones de algunos>>
Ahora que lo recuerdo casi
treinta años después, esa caminata ha
sido una de las mejores cosas que nos ha podido pasar en el viaje porque nos da
la oportunidad de tomarnos fotografías en lugares donde no podríamos haberlo
hecho de ir en el bus, como la que me saqué en la orilla de un barranco apoyado
sobre un árbol Arriesgándome a despeñarme en una caída de unos quinientos
metros; Gracias a Dios el bendito árbol resistió muy bien mis ciento treinta y
nueve libras. (Suspiro…)
Aprovechamos para
extasiarnos con la excelente vista que hay en el mirador y nos tomamos más
fotos, no todos claro porque según decía en un rotulito que había a la par de
este solo soportaba ocho personas.
El esfuerzo fue
grande y muchas veces paramos a beber
agua de un frío riachuelo que a menudo asomaba por la orilla del camino a saludar
a los viandantes ruidosos.
Más adelante, a unos tres
kilómetros nos estaba esperando el bus. Lo abordamos y recorrimos lo que
faltaba de camino hasta la zona central del bosque, donde estaba el parqueo.
La zona de campamento es
un lugar con muchos pinos y un jardín de orquídeas.
En el suelo hay una
especie de acolchada alfombra natural formada por las hojas en forma de agujas
que caen de las coníferas, también hay cabañas de madera para quien desee
quedarse a dormir y tenga como costear su
elevado precio, hay mesas al aire libre y un arroyuelo de muy heladas
aguas que serpentea entre las orquídeas y la hierba verde.
Allí está el bosque
centenario que acoge en su seno el árbol del amor y muchos puentecitos de
madera, bueno eso me dijeron, porque yo no lo visité, ya que me uní a la
expedición al Trifinio sin guía, y sin ningún mapa solo las palabras del
guardabosque.
– Sigan el camino y no
paren de subir –
El chele Caquita trato de
acompañarnos; pero debido a su altísimo estado de ebriedad no pudo.
Pobre, salió ebrio y
regreso ebrio… no sé si disfrutó del viaje como nosotros, pero cada quien tiene
su manera de divertirse.
En lo personal disfruto
más las excursiones si estoy sobrio.
La caminata es durísima
son siete kilómetros montaña arriba, a veces hay camino otras solo veredas y en
el peor de los casos nos toca caminar en medio del bosque.
Antes de salir me comí una
de las dos latas de atún y guardé la otra para más tarde.
César, Bigotes y Chasis
parece como si flotaran porque no les vimos hasta que llegamos, (no sé qué se
habían metido pero caminaban rapidísimo, como si fueran fantasmas del bosque)
Hay muchas bellotas en el
suelo, recojí algunas como recuerdo pero después de un rato se me hicieron muy
incomodas y las tiré. A cada riachuelo que encontramos le damos una probada,
ignoro por qué, pero el agua aparte de
ser más fría se siente como dulce, no creo que estuviera contaminada porque no
tuve ninguna reacción desfavorable, o a lo mejor estoy inmunizado por tanta agua
de potrero que bebí en mi infancia.
Dicen que hay quetzales y
venados pero no logré ver ninguno quizás la gran bulla que íbamos haciendo los
asustó y se escondieron.
Lo que si pude ver fueron
muchos pájaros de colores brillantes, uno de ellos era de un rojo muy vivo que
no recuerdo haber visto antes.
De vez en cuando nos
encontrábamos con un guardabosque y le saludábamos con el respeto que Infunde
alguien que conoce el lugar y además porta un arma, quizá un rifle calibre 22.
No recuerdo cuanto tiempo
caminamos, pero cuando pensaba que había pasado lo peor, nos topamos con el
trayecto final. Una parte del camino la cual hay que escalar, literalmente.
Es tan empinado que debo
asirme fuertemente de las raíces de los árboles para no resbalarme, Melki me
sigue de cerca.
Se quitó camisa quizá para
aligerar el cuerpo porque no creo que sea por el calor ya que definitivamente
no lo hay.
Después de mucho esfuerzo
llegamos a la cima de la montañita luego de escalar cincuenta amargos metros
Al llegar grito triunfal, una
mezcla de ¡si lo logre! Con me estoy muriendo (del cansancio.)
Algunos se asustan ante mi
reacción; pero a otros les ocasiona risa.
En la cúspide hay un
mirador de unos cinco metros de alto hecho completamente con madera los columnas son troncos enlazados con otros más delgados puestos
diagonalmente en forma de equis y arriba la plataforma tendrá tal vez unos dos
metros cuadrados y para poder subir hasta allí hay una escalerilla que va por
la parte de adentro de la torre hasta una ventanita en la plataforma por la que
apenas puede pasar una persona. Desde allí la vista es maravillosa se ven la
montañas de honduras y lejos se puede ver el verdor de la selva petenera que
una vez viera Pedro Culán el cazador.
También es posible ver el
faro del pacifico, que fue así como llamaron los marinos al volcán de Izalco y
otros lugares del salvador.
Allí mismo hay un
monumento de cemento pintado de blanco el cual no tardan en montar la mayoría
de nosotros.
Ese es el punto que da el
nombre al lugar: EL TRIFINIO.
Allí sobre la torreta abro
mi segunda y última lata de atún con vegetales y saboreo la suave carne del pez
que nunca tuvo la menor sospecha cuando nadaba en algún lugar del mar de costa Rica, que sería devorado por un
miserable estudiante en uno de los lugares más altos de El Salvador.
Pasamos quizás como una
media hora, disfrutando de aquel merecido premio a nuestro esfuerzo.
¡Es una lástima que no
todos hayan podido venir hasta aquí!
Pero así es la vida solo
los que más se esfuerzan son los que degustan las mieles de los triunfos.
Luego emprendemos el
regreso el cual como es de imaginarse fue mucho más fácil, caminábamos deprisa
porque ya se acercaba la hora de regresar y no queríamos hacer enojar a los
maestros o atrasarnos.
Herbert, Chel y yo íbamos rezagados ya que los demás venían
corriendo, nosotros solo trotábamos pero veníamos muy atrás, aparte que me
retrasé tomando la última foto que quedaba en el rollo (antes no existían
cámaras digitales).
Estábamos como a medio
kilómetro y el bus ya nos estaba pitando
así que tuvimos que correr, ¡ahora si como Dios manda!
Cuando llegamos ya habían
partido sin nosotros y tuvimos que precipitarnos desesperados otro medio
kilómetro para alcanzar el bus en el cual todos se burlaron de nosotros.
Hoy que escribo esto, muchos
años después pienso que todo fue un ardid de los profesores, una broma para
acabar el día riéndose a expensa nuestra.
– ¿Cómo iban a dejarnos abandonados en las montañas?
Fue uno de esos viajes que
jamás se pueden olvidar aunque el tiempo pase.
Cabe mencionar, que en un
principio, no tenia deseos de asistir a la excursión y quería disfrutar el día
sin clases holgazaneando en mi casa. Creo que lo habría lamentado, como lamento
no haber asistido al cerro verde en otra salida que hicieron.
Mi paso por el San Martín
fue efímero pero lo disfruté muchísimo, e incluso los momentos difíciles, el
tiempo los ha suavizado y hoy los degusto con la misma gula que mis compañeros
el “Elissir”.
Fueron mis días de
estudiante, fueron mis años de mocedad y no me arrepiento de lo que hice, sino
de lo que dejé de hacer...
Porque no podré volver el
tiempo y repetir mis años al lado del Seco, el Enano, El Sapo, Orellana,
Herberto, Palillo, Chonte Bobo, El Chele Caquita, El cara de Malo, Cesar,
Bigotes, Chasis, El Garrapatoso, Pepinillo, Melvin y todos los demás que no
menciono para no hacer más larga la historia, amén de mis profesores, que
fueron lo máximo y contribuyeron a que todo encajara en el lugar apropiado...
mis respetos para Margarita. Tal vez algún día lea esto.
Del resto del viaje no
recuerdo mucho, excepto que el chele caquita venía bien bolo y que yo dormí
casi todo el viaje.
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