miércoles, 1 de noviembre de 2023

AMOR DE MICROBUS

 AMOR DE MICROBUS

Regresábamos cansados de un viaje, del cual les contaré en otra ocasión, el primer día de diciembre del horrible año de la pandemia, debiendo pasar a fuerza por Cuilapa para abordar un microbús que nos llevaría hasta el lugar donde nos esperaba mi esposa.

Cuilapa, es la ciudad más importante de departamento de Santa Rosa, sus calles son angostas y las casas, se apretujan unas contra otras sobre un puñado de cerros que me recuerdan las favelas brasileñas.

Como no teníamos demasiada prisa nos subimos a un vehículo que aun esperaba turno para salir. Mi hijo se quedó dormido casi de inmediato. ¡Pobre muchacho, habíamos caminado cerca de siete horas sin descanso!

Decidí no molestarlo y me entretuve pesquisando por la minúscula ventana la apretada agenda de los lugareños.

Absorto como estaba, no me di cuenta en qué momento se sentó en el asiento inmediato una muchacha; maliciosa, de ojos negros y pestañas cargadas de rímel.

Detrás de ella cual lobo rapaz iba el abusivo cobrador, quien sin pudor alguno se le arrimó pasando su musculoso brazo lleno de pitas y un reloj barato por el cuello de la joven. Temí que la fuera a estrangular.

Ella me vio de reojo, con algo de vergüenza, cuando el joven de cabello hirsuto comenzó a besuquearla en la mejilla.

Baje la vista para no ciscarla y permitirle disfrutar con mayor libertad de su pecado, ¡vaya desgracia! Mis ojos cansados se encontraron con el pantalón del inicuo cobrador a medio trasero, dejando ver más de lo que cualquier persona honesta quisiera.

Aquel hombrecillo lujurioso, cual rémora impúdica, a regañadientes se bajaba de vez en vez para gritar: ¡Barberena! ¡Barberena! sin que nadie se subiera, entonces regresaba a su lugar y continuaba el manoseo.

El ritual era el mismo; pasaba su brazo vigoroso como de orangután, supongo que por pasar colgado de la barra del microbús gran parte del día, y comenzaba a besuquear a la muchacha en la mejilla, ella me veía de reojo y yo sonreía con complicidad o miraba por la ventana.

¡Cualquier cosa, menos bajar la vista de nuevo!

Al estar sentado en el asiento inmediato, a escasos centímetros de los degenerados, el espectáculo era imposible de superar.

El conductor, por momentos dejaba su adulterio telefónico y le recriminaba sin mucha severidad:

— ¡Ahí viene gente mirá!

Y la escena se repite; el cobrador se baja y llama más personas; se sube una muchacha y se acomoda en el último asiento, o algún otro pasajero y asi hasta que llegó la hora de partir.

Entonces el recaudador de monedas e insultos se enrolla, ¡Sí, literalmente! Se enrosca para continuar ensalivando el cachete y la oreja de la sonrojada pasajera.

A veces se detenía el vehículo para subir o bajar personas y darle algo de tregua a la permisiva mozuela, y a los pasajeros que tratábamos de disimular la escena, que no terminaría sino un par de kilómetros antes del lugar de mi destino, que fue donde ella se bajó, ruborizada, volteando a verme por última vez.

Yo sonreí, de manera perruna.

— ¿Lo sabrán sus padres?—me pregunto, mientras la veo bajar la cuesta; viste jeans baratos y zapatos deportivos, es enjuta de carnes; pero tiene cabello largo y el andar de zorra.

¡Las historias que se pierden los que nunca usan el transporte público!

No importa lo feo que sea el cobrador, las féminas se mueren todas por ellos.

No importa si es ruta urbana o rural, aun sabiendo que el microbús no les pertenece.

¿Cuál es el misterio?

Yo le llamo: “Embrujo de microbús”

Enigma que hasta hoy, no he logrado descifrar.

Si alguien lo sabe por favor dejar un comentario.

 

—Miguelan 2020 (memorias)

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