GRADUACIÓN.
El sol de
las diez de la mañana se filtra entre las hojas de los almendros manoseados de
los corredores de la escuelita del caserío.
Unos pocos
padres de familia estamos sentados en las mesas decoradas por los mismos
alumnos, mientras algunas profesoras y madres terminan de colocar los últimos
adornos.
Llovió ayer
en la tarde y parte de la noche, y eso vino a sacar el calor de la tierra,
convirtiendo la aldea en un gigantesco sauna de temperaturas insoportables.
Hoy se
gradúa de sexto primaria mi hija.
Estaba muy
bonita con su vestido de princesa árabe y una sonrisa de oreja a oreja que no
desapareció en todo el día.
Me toco
dirigir la oración al inicio del acto de graduación, un poco sonrojado, por la
cantidad de padres de familia que llegaron.
Apenas iba
por el Padre Nuestro, cuando me hicieron señas con los ojos de que ya debía
entregar el micrófono, porque, por la impuntualidad de los de siempre empezaron
una hora más tarde y el tiempo era escaso.
La maestra
de los graduandos lloró al final del evento
¡Y con
razón, esta es su última promoción!
Se va a jubilar
con honores, culminando una satisfactoria carrera de toda una vida.
—Posiblemente
no nos veamos otra vez—dijo-este es mi último año como docente… ¡pero llevo la
satisfacción de haber formado hombres y mujeres de provecho para la sociedad, y
Dios quiera...
Hizo una
pausa, y vio a los graduandos con infinita ternura, casi como una madre mira a
sus hijos
—…Dios
quiera que entre ustedes haya un ingeniero, un médico, un maestro, un alcalde,
¡un presidente! y que al llegar a los laureles del éxito jamás olviden la
escuelita donde comenzaron, ni tampoco a sus maestros.
Estalló el
aplauso general, momento que la maestra aprovecho para enjuagar sus lagrimas
con un pañuelo minúsculo…
—Miguelan
(7 Nov. 2017)
No hay comentarios:
Publicar un comentario