CORTADORES.
El clima está fresco, y el volcán se encuentra envuelto en
neblina; de repente, tengo la impresión de que siente frío y se abriga con las
nubes.
El viento lleva consigo el aroma del café; es la temporada
de cosecha, y por todas partes, la finca se tiñe de rojo. Las ramitas casi se
quiebran bajo el peso de los moriscos frutos.
Los veo pasar de prisa, desde la cama del vehículo.
Por la carretera caminan docenas de cortadores, charlando
entre ellos con el canasto en la espalda y la matata atravesada. Seguramente,
llevan consigo tortillas calientes que las mujeres madrugaron a preparar. Tal
vez también llevan frijoles y un trozo de queso seco, que comerán al medio día
bajo la sombra de algún árbol de nacaspilo o matasano, tan abundantes en la
región
Visten zapatos humildes pero resistentes, pantalones de
sastre y abrigos impermeables, gorra o sombrero. Los hombres al igual que las
mujeres.
El sol parece sonreírles cuando se asoma entre las montañas
allá por la vuelta del cura.
- ¡Ni loco vengo a cortar estos días! – murmura Checho – aún
llueve y la finca esta mojada.
Pasamos por donde don Abraham y remolcamos el carro que
dejamos ayer. Hubo que empujarlo para sacarlo de la casa. El suelo está lodoso
y los pies se nos hunden en la boñiga vacuna.
¡Vamos a visitar a mi madre, que nos espera con sopa
caliente, en la ciudad morena!
—Miguelan. (Memorias)
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