Desde que descubrí los
libros, un maravilloso mundo se abrió ante mis ojos, y comencé a leer todo
aquello que caía en mis manos; revistas, periódicos, novelas, etc.
Mi padre, me enseñó a
amarlos, a tratarlos con delicadeza y a no manchar sus hojas. Con frecuencia
nos deteníamos por horas en los puestos de libros usados y escogíamos con
dificultad los que nos permitía nuestro presupuesto.
Mi primer libro se lo debo
a Mark Twain, cuando recién comenzaba a ser un adolescente y aunque fue hace
muchísimo tiempo, aún tengo viva en mi mente la imagen del Rapazuelo de Tom
Sawyer y su leal amigo Huckleberry Finn escapándose por la ventana de la casa
antes de ser cazados por la estricta tía Polly.
Todavía suspiro cuando
recuerdo los bucles amarillos de Becky Thatcher, y me espanto con las sombras
que en la noche se asoman a mi ventana, pensando que podría ser el malvado
indio Joe.
Y cuando la luna sale como
un gran plato de queso, me parece oír la dulzaina del negrito Jim, acompañando
los violines de miles de grillos y sapos tenores que orquestan a orillas del
Misisipi.
Confieso que no he vuelto
a leer Tom Sawyer, porque temo que al hacerlo de nuevo, se rompa el encanto que
generó en mi mente en su momento.
Como nací en una familia
numerosa, con recursos limitados, debía tomarlos prestados, a veces con permiso
del dueño y otras sin la venia del propietario, eso sí, siempre los regresaba.
Los libros representaban para mí un escape, de la realidad que muchas veces era
bastante dura, eran la ocasión perfecta para viajar en vacaciones y en las
tardes después de jugar, cuando había hecho la tarea a toda prisa.
Con los libros he podido
navegar en “El Mar de las perlas” de Emilio Salgari, o cazar una espeluznante
ballena blanca en los mares índicos al lado del capitán Ahab. Y si hablamos de
capitanes, pocos como Richard Sharpe, el Ingles que rescato el águila del
Imperio británico, y después se embarcó en busca del oro de los españoles sin importarle
volar media Almeida para conseguirlo.
Una vez Fui hasta el fondo
del Mar con el capitán Nemo. Después, en Falsburgo me enliste con el bueno de
José… ¿Cuál era su apellido? Bueno, tal vez mas tarde lo recuerde, decía, me
enlisté en las Tropas de Napoleón Bonaparte, con ese muchacho. El era bastante
sencillo y cojeaba un poco y todos los días le veía escribir en un amarillento
y gastado diario que llevaba siempre junto al pecho.
Después, Humberto Eco me
llevo, a una lejanísima abadía del norte de Italia a investigar una serie de
crímenes con el Egocéntrico, pero brillante fraile franciscano Guillermo de
Baskerville.
Pero mis viajes no pararon
allí, porque después me traslade a los Tatús de Morazán, y al cerro la
guacamaya, solo por el placer de Oír la voz de Ignacio arengando a los rebeldes
en “La terquedad del Izote”
Grité emocionado cuando
explotó el helicóptero donde iba el Genocida aquel, que se creía un semi Dios y
cuya obsesión le llevo a ser cazado como un sencillo mortal.
No contento con viajar por
el mundo, descendí hasta el Ultimo circulo del infierno, no me quede mucho
tiempo porque el lugar me horrorizaba, así que decidí hacer un viaje en la
máquina del tiempo de J.J. Benítez para buscar al Rey de Reyes…
Y así sucesivamente;
viajes interminables y fabulosos que si continuo nombrándolos temo terminaré
cansándote estimado lector.
Los libros son un
estupendo modo de inmortalizar una idea, un libro contiene una pequeña
partícula del pensamiento, y aunque la mente sea tan vasta como el universo mismo,
en un libro se puede capturar muchas cosas de ella, y cuando leemos es como si
pudiéramos penetrar en el cerebro del escritor y dar un vistazo a sus ideas,
aun si lleva más de cien años descansando en el seno de la tierra. (Una mención
especial para Sir Arthur Conan Doyle, por regalarnos los fantásticos relatos de
Sherlock Holmes,)
Quien escribe un libro, en
cierto modo continua viviendo en su obra, y aunque su cuerpo sea solo polvo,
sus palabras e ideas siguen murmurando por las noches en las mentes de los que
les resucitan al abrir un tomo de conocimiento.
De ese modo los que se han
marchado de este plano material, pueden conversar con nosotros, y exponernos
sus puntos de vista u opiniones sobre diversos temas.
De vez en cuando doy un
vistazo a la mente de mi padre, cuando leo sus manuscritos, entonces siento que
me conecto con el sin importar la barrera del tiempo o del espacio, y solo
lamento que no dejara mas cuadernos.
No podría precisar la
cantidad de libros que he leído, porque no llevo cuenta de ellos, pero sabré
decirles que desde Tom Sawyer no he parado de leer hasta ayer en la noche.
Cuando era estudiante era
de los pocos que leían completas las obras que nos dejaban como tarea, los
demás buscaban resúmenes o pedían copia, yo les hacia los análisis a algunos a
cambio de que me regalaran el libro o en su defecto me lo prestaran por unos
días.
Leer para mí es como el
comer, y cuando por alguna razón me falta mi ración diaria de lectura, siento
que el día no ha sido completo. Entonces, gulusmeando por aquí y por allá mi
cerebro mal acostumbrado debe conformarse con las algarrobas, que encuentro en
forma de trozos de periódicos releídos en los baños o en su defecto las viñetas
de los shampus, o los ingredientes de las salsas que están sobre la mesa.
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