A UNA VIEJA MOTO
En verdad, fueron muchos y
muy buenos los caminos que transité en aquella vieja motocicleta... bueno, no
es que fuera tan antigua, en realidad era bastante nueva; pero con apariencia
digna y aire señorial como las de antaño.
¡No como las de ahora,
remedos de bicicletas con su chasis de aluminio y plástico por todos lados!
¡Bonitas y veloces sí, pero superficiales y sin alma!
Si he de ser honesto tengo
que confesar que al principio le tenía miedo, jamás había montado otro vehículo
que no fuera mi bicicleta tipo turismo o como les dicen por aquí “Mary chuy”
No olvidaré mis pininos de
motociclista en la lejana y calurosa cancha de futbol al lado del cementerio
rodeada de mangos y eucaliptos aprendiendo a conducir, dando vueltas y vueltas
y más vueltas; para irle cogiendo la maña.
Ya un amigo del Jocotillo,
un compatriota moreno y laborioso, me había dado una o dos clases de manejo,
pero las motos son asi; casi como las personas, cada una hay que manejarla de
una manera diferente.
Aprendimos a conducir
juntos con mi hijo, un flaco y pálido muchacho que tiene los ojos y el temple
de su madre.
Y de allí Salí disparado
para las trochas, primero la del Tigre y después las catorce más lejanas.
Cuando tuve solo un poco
más de práctica, me aventuré con mi esposa a Tiquisate, Cocales, Patulul, y más
allá.
Aquello era solo el
principio de miles y miles de kilómetros.
Con su inconfundible
ronroneo, fui a la montaña, bordee lagos y lagunas, me deslicé por las
aterciopeladas carreteras de las metrópolis sonriendo de oreja a oreja;
mientras las gentes se volteaban a vernos, a lo mejor preguntándose: ¿Quién es
ese “chavoruco” que parece disfrutar tanto de la vida montado en ese
vejestorio?
En ocasiones me detuve
entre los pinos, regresando muy noche de algún lugar sin importancia, porque
has de saber que no me interesaba donde iba sino la libertad que sentía desde
el momento que el motor rugía ávido de caminos.
Ah sí, te decía; a veces
me detuve a orillas de algún sendero para impregnar mi memoria olfativa con el
aroma inconfundible de los pinos, apagué el motor para oír los ruidos de la
noche y el alógeno amarillento para disfrutar la blanca luz de la luna,
quedándome suspendido en la eterna levedad de mi existencia, hasta que los
fantasmas del camino me obligaban a seguir la marcha con los pelos erizados.
¿Y si se me montaba la
siguanaba en el asiento trasero?
¡Casi podía sentir su
aliento pestilente en la nuca y sus huesudas manos rodeando mi cintura!
¿Qué motociclista
taciturno no ha tenido ese temor y atisbando por el retrovisor ha comprobado
que no lleva a nadie en “ancas”?
Transité veredas bordadas
con flores y caminos tapizados de crujientes hojas, vi ocasos multicolores y
amaneceres de celajes irrepetibles.
Contemple extasiado
bandadas de pericos y pájaros azules a orillas del camino, otras veces me
sorprendieron aguaceros torrenciales, ¡gotas blasfemas que como perdigones
aporreaban inmisericorde mi carne entumecida!
¡Y como olvidar aquella
noche neblinosa bajando de Guatemala para Nueva Santa Rosa por la calle del
Tecolote, cuando me falló el sistema eléctrico y tuve que viajar alumbrándome
apenas con una minúscula linterna que sostenía con la boca y a veces con la
mano izquierda!
¡Nunca se apagó, nunca se
quedó, soportó con paciencia de santo el rigor de los inviernos y el calor del
verano!
Si, también viajé en la
caravana, me persiguieron los perros, se me desinfló una llanta, me quede sin
combustible, paré a orillas del camino para orinar, le di “ride” (colazo o
aventón) a un extraño; quien entre lágrimas me contó que con engaños lo embaucó
un vendedor de piña para dejarlo tirado en una aldea lejana solo para no
pagarle el jornal del día.
En dos ocasiones corrí a
recoger mi motocicleta, como un padre haría con su pequeña, sin importarme los
golpes de la caída o la risa burlesca del abusivo microbusero que no respetó el
alto y casi me mata; y bajando para Ayarza entre el polvo del camino después de
rodar dos o tres veces.
Si, también me detuve en
dos ocasiones para llorar algún desconocido hermano motociclista que murió en
la carretera, las dos veces quizá fui el primero en detenerme, antes que los
mórbidos curiosos contaminaran el lugar, o la odiosa y triste cinta amarilla
detuviera el trafico formando interminables colas.
Me detuve sintiendo de
algún modo mientras veía sus cuerpos sin vida en el asfalto que su espíritu seguía
allí.
— ¡Dios mío pude haber
sido yo!
<<Padre Nuestro que
estas en los cielos…>>
Nunca corrí a más de
ochenta kilómetros por hora, (el negro de la CRV lo sabe) y no porque no
quisiera, ¡la moto mientras más te da más le pedís, es como si estuvieras poseído
y te olvidaras que llevas la vida en dos ruedas!
Nunca corrí; porque aquel
motor nunca dio más que ochenta kilómetros, quizá fuera su modo de mostrarme su
cariño deteniendo el pistón para salvarme la vida.
¡Aunque les juro que
aquella lentitud la compensaba con creces su poderoso motor en las más
empinadas e increíbles cuestas!
La moto se fue…
La vendí, la cambie por
dinero; así como judas hiciera con su mejor amigo y al igual que el traidor
lloré después con amargura contemplando las piezas de plata desparramadas.
¿Qué has hecho? —me
lamento cada día cuando veo vacío el rincón donde reposaba esperándome para
viajar donde quisiera.
<<Es mejor
asi>> —me digo para consolarme—
<<Quien sabe si no
te ibas a matar un día de estos, además el automóvil necesitaba ya unas
reparaciones>>
El brillante y oscuro
casco, la chaqueta marrón decolorada por el uso y las botas de cuero, están
ahora olvidados en un rincón de mi cuarto, como un recuerdo nostálgico del
paraíso perdido.
Mis días de gloria
terminaron, ahora viajo más seguro en automóvil, todo almidonado y fufurufo;
preso entre puertas y vidrio y oyendo radio El Mundo 93.7 añorando la brisa, el
sol, y quizá hasta las malditas gotas calando mi rostro.
Tal vez ya anciano, cuando
me pesen los días, y teniendo muerto el corazón quiera sentir un poco de vida,
entonces volveré a los caminos de mocedad y cabalgando una vieja moto recorreré
el continente cual Odiseo siguiendo el canto de las sirenas.
—Miguelan 2022 (memorias)
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