miércoles, 1 de noviembre de 2023

A UNA VIEJA MOTO

 A UNA VIEJA MOTO

En verdad, fueron muchos y muy buenos los caminos que transité en aquella vieja motocicleta... bueno, no es que fuera tan antigua, en realidad era bastante nueva; pero con apariencia digna y aire señorial como las de antaño.

¡No como las de ahora, remedos de bicicletas con su chasis de aluminio y plástico por todos lados! ¡Bonitas y veloces sí, pero superficiales y sin alma!

Si he de ser honesto tengo que confesar que al principio le tenía miedo, jamás había montado otro vehículo que no fuera mi bicicleta tipo turismo o como les dicen por aquí “Mary chuy”

No olvidaré mis pininos de motociclista en la lejana y calurosa cancha de futbol al lado del cementerio rodeada de mangos y eucaliptos aprendiendo a conducir, dando vueltas y vueltas y más vueltas; para irle cogiendo la maña.

Ya un amigo del Jocotillo, un compatriota moreno y laborioso, me había dado una o dos clases de manejo, pero las motos son asi; casi como las personas, cada una hay que manejarla de una manera diferente.

Aprendimos a conducir juntos con mi hijo, un flaco y pálido muchacho que tiene los ojos y el temple de su madre.

Y de allí Salí disparado para las trochas, primero la del Tigre y después las catorce más lejanas.

Cuando tuve solo un poco más de práctica, me aventuré con mi esposa a Tiquisate, Cocales, Patulul, y más allá.

Aquello era solo el principio de miles y miles de kilómetros.

Con su inconfundible ronroneo, fui a la montaña, bordee lagos y lagunas, me deslicé por las aterciopeladas carreteras de las metrópolis sonriendo de oreja a oreja; mientras las gentes se volteaban a vernos, a lo mejor preguntándose: ¿Quién es ese “chavoruco” que parece disfrutar tanto de la vida montado en ese vejestorio?

En ocasiones me detuve entre los pinos, regresando muy noche de algún lugar sin importancia, porque has de saber que no me interesaba donde iba sino la libertad que sentía desde el momento que el motor rugía ávido de caminos.

Ah sí, te decía; a veces me detuve a orillas de algún sendero para impregnar mi memoria olfativa con el aroma inconfundible de los pinos, apagué el motor para oír los ruidos de la noche y el alógeno amarillento para disfrutar la blanca luz de la luna, quedándome suspendido en la eterna levedad de mi existencia, hasta que los fantasmas del camino me obligaban a seguir la marcha con los pelos erizados.

¿Y si se me montaba la siguanaba en el asiento trasero?

¡Casi podía sentir su aliento pestilente en la nuca y sus huesudas manos rodeando mi cintura!

¿Qué motociclista taciturno no ha tenido ese temor y atisbando por el retrovisor ha comprobado que no lleva a nadie en “ancas”?

Transité veredas bordadas con flores y caminos tapizados de crujientes hojas, vi ocasos multicolores y amaneceres de celajes irrepetibles.

Contemple extasiado bandadas de pericos y pájaros azules a orillas del camino, otras veces me sorprendieron aguaceros torrenciales, ¡gotas blasfemas que como perdigones aporreaban inmisericorde mi carne entumecida!

¡Y como olvidar aquella noche neblinosa bajando de Guatemala para Nueva Santa Rosa por la calle del Tecolote, cuando me falló el sistema eléctrico y tuve que viajar alumbrándome apenas con una minúscula linterna que sostenía con la boca y a veces con la mano izquierda!

¡Nunca se apagó, nunca se quedó, soportó con paciencia de santo el rigor de los inviernos y el calor del verano!

Si, también viajé en la caravana, me persiguieron los perros, se me desinfló una llanta, me quede sin combustible, paré a orillas del camino para orinar, le di “ride” (colazo o aventón) a un extraño; quien entre lágrimas me contó que con engaños lo embaucó un vendedor de piña para dejarlo tirado en una aldea lejana solo para no pagarle el jornal del día.

En dos ocasiones corrí a recoger mi motocicleta, como un padre haría con su pequeña, sin importarme los golpes de la caída o la risa burlesca del abusivo microbusero que no respetó el alto y casi me mata; y bajando para Ayarza entre el polvo del camino después de rodar dos o tres veces.

Si, también me detuve en dos ocasiones para llorar algún desconocido hermano motociclista que murió en la carretera, las dos veces quizá fui el primero en detenerme, antes que los mórbidos curiosos contaminaran el lugar, o la odiosa y triste cinta amarilla detuviera el trafico formando interminables colas.

Me detuve sintiendo de algún modo mientras veía sus cuerpos sin vida en el asfalto que su espíritu seguía allí.

— ¡Dios mío pude haber sido yo!

<<Padre Nuestro que estas en los cielos…>>

Nunca corrí a más de ochenta kilómetros por hora, (el negro de la CRV lo sabe) y no porque no quisiera, ¡la moto mientras más te da más le pedís, es como si estuvieras poseído y te olvidaras que llevas la vida en dos ruedas!

Nunca corrí; porque aquel motor nunca dio más que ochenta kilómetros, quizá fuera su modo de mostrarme su cariño deteniendo el pistón para salvarme la vida.

¡Aunque les juro que aquella lentitud la compensaba con creces su poderoso motor en las más empinadas e increíbles cuestas!

La moto se fue…

La vendí, la cambie por dinero; así como judas hiciera con su mejor amigo y al igual que el traidor lloré después con amargura contemplando las piezas de plata desparramadas.

¿Qué has hecho? —me lamento cada día cuando veo vacío el rincón donde reposaba esperándome para viajar donde quisiera.

<<Es mejor asi>> —me digo para consolarme—

<<Quien sabe si no te ibas a matar un día de estos, además el automóvil necesitaba ya unas reparaciones>>

El brillante y oscuro casco, la chaqueta marrón decolorada por el uso y las botas de cuero, están ahora olvidados en un rincón de mi cuarto, como un recuerdo nostálgico del paraíso perdido.

Mis días de gloria terminaron, ahora viajo más seguro en automóvil, todo almidonado y fufurufo; preso entre puertas y vidrio y oyendo radio El Mundo 93.7 añorando la brisa, el sol, y quizá hasta las malditas gotas calando mi rostro.

Tal vez ya anciano, cuando me pesen los días, y teniendo muerto el corazón quiera sentir un poco de vida, entonces volveré a los caminos de mocedad y cabalgando una vieja moto recorreré el continente cual Odiseo siguiendo el canto de las sirenas.

 

—Miguelan 2022 (memorias)

A UNA VIEJA MOTO MUNDOS DE TINTA 7811


No hay comentarios:

Publicar un comentario