CIRILO
No, no se lo llevó
la peste, él era más fuerte que eso.
Cirilo Rivera se
llamaba, le gustaba reír con desparpajo y vivir despreocupado de los afanes que
atormentan a la mayoría de mortales.
Comía de todo y
caminaba como Enoc, hablando la “Palabra” a quien se le cruzara en el camino.
Nunca supe en
realidad los años que tenía, podría con facilidad haber contado ochenta y
cinco, noventa o trescientos.
De su juventud
conservó siempre la elegancia del
sombrero; y terminó vendiendo su pistola al descubrir que el hambre no se
complementa con la fe, y que la fe a veces necesita la pistola.
Se marchó en
silencio, muy pocos lo despidieron; y no es que no lo quisieran, es solo que la
calamidad nos tenía a todos encerrados.
Después de todo lo
importante no es como uno muere sino como uno vive.
Recordaré nuestras pláticas
de cada tarde en la banca de nadie, viendo pasar la vida y desfilar la gente.
Estoy seguro que al
momento de morir sonreía con naturalidad… tal vez con desparpajo.
¡Yo habría asistido
a su funeral lo juro!
Pero recién me enteré
expatriado como me encuentro. Y aunque dicen que las malas noticias tienen
alas, a Lodebar sin duda llegan en carreta.
Más aun aquí en el
destierro, cuando el silencio de la
noche se puede palpar con los dedos de la mano, yo puedo oír los cañones
reventando honores por tu arribo a la tierra de los inmortales.
—Miguelan 2021
#Elcuadernodemiguelan
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